Esther Teijeiro, la precursora de los vinos ecológicos en Galicia

Foto: Revista Cepas y Vinos
Esther Teijeiro Lemos es la pionera de la viticultura ecológica en Galicia, objeto de la atención del programa de Jesús Calleja “Volando voy” y a la que el periódico el País dedicó recientemente un precioso reportaje. Ya con más de 60 años, a finales del pasado siglo decidió “dejar de envenenar” a sus viñas en las escarpadas laderas de la Ribeira Sacra. 

Por aquel entonces sus colegas viticultores se reían de ella y vaticinaban que “vas matar de hambre a tu familia”, al tiempo que advertían a su marido marido que“se estaba poniendo sus pantalones”. En 2003 recibió el primer sello de vino ecológico que se emitió en Galicia. 

Esther, huérfana de madre y padre a los 15 años, observando ya con 60 años la tierra en la que su familia cultivaba uva desde sus bisabuelos un día reflexionó: "esta tierra está enferma, no crece la hierba en medio de las viñas y me acordé de mis padres, de que ellos no usaban ni herbicidas, ni insecticidas. Ahí empezó todo, pero fue muy duro porque nadie creía en mí”. 

Después de burlas, papeleos y dificultades técnicas que afrontó, cuando lo de producción ecológica sonaba a chiste –ella lo llamaba producir sano- sus viñas comenzaron nuevamente a florecer “y nadie se murió de hambre en casa de Esther”. 

Hablamos de la bodega Diego de Lemos, que toma nombre del abuelo de la matriarca –y coincide con el de un líder de las revueltas Irmandiñas que se produjeron en Galicia en el siglo XV-, que da trabajo a sus dos hijos y a su nieto enólogo. Produce entre 10.000 y 13.000 botellas de tinto Mencía y blanco Godello y Treixadura en unas viñas libres de química y maquinaria. 

Su octogenaria fundadora, una chantadina con un par de agallas, sigue escalando sus escarpados viñedos y se enorgullece de “hacer algo que no perjudica la salud” y critica a quienes solo quieren producir mucho para enriquecerse lo antes posible. 

Cada añada es una aventura diferente. Su vino tiene características organolépticas diferentes, fruto de una aleatoria combinación de horas de sol y humedad. “Es el azar, la naturaleza. Así tenía que ser todo”, concluye, haciendo gala de su sabiduría empírica.