El año de doña Emilia, miseñora


Entramos en el año en el que se cumplen los cien del fallecimiento de doña Emilia Pardo Bazán, y entre la lluvia fina de panegíricos que ha empezado a regar la papelería patria, aportes encomiosos encontramos, y supongo que se multiplicarán en estos siguientes meses, sobre su poliédrica, creativa, brillante, tesonera y rompedora personalidad. 

No soy quien para afirmar si la suya fue de las primeras piedras de lo que ahora se llama feminismo, que sin perfil de militancia extrapolable a lo que pulula en nuestros días, sí podría ser; lo es, en toda su trayectoria vital, y pese a las contradicciones que pudieran derivarse de su ideología conservadora/carlista y el abolengo de cuna, visto su indomable posicionamiento reivindicativo, por la igualdad de la mujer y el establecimiento de los derechos en una sociedad pacata y machista que le tocó vivir. 

Doña Emilia es “tesón inteligente” que se levanta sobre el convencionalismo: no es ni ve “enemigos” en los hombres, todo lo contrario: aprovecha lo que le gusta de nosotros, y quiere compartir lo que el otro sexo atesora en igualdad intelectual y praxis social. Esa banda excluyente del movimiento feminista de hoy podría obtener de lo dicho alguna provechosa reflexión...

Y de paso, vosotras y nosotros,  elas e eles, as galegas e os galegos, españoles y españolas, minhotos e minhotas... echar un vistazo también a su legado gastronómico, que la intelectualidad, por lo que empiezo a ver, ignora o desprecia, la considerarán obra menor. Y no lo es, aunque entendiera la mostrenquez de la época que era ese el género literario donde a una mujer le correspondía estar, el recetario de cocina. 

Pero tanto “La cocina española antigua” como “La cocina española moderna” -dos tomos que si bien distintos, casi son coetáneos en el tiempo, en todo caso, han de contemplarse como una unidad, conceptualmente ordenada, en sus contenidos- recapitulan el saber vigente de la cocina culta en la segunda ente  siglos (XIX-XX). 

Representan uno de los pocos documentos sólidos sobre la cocina gallega, descubre qué y sobre todo cómo comen las clases asentadas en la España de Galdós, de manera que entre ambos legan de paso que se aman, maneras de vivir la vida y la mesa burguesa, prácticas y costumbres de restaurante, desde los cocidos del madrileño Lhardy, a un salado “batallón” en  la taberna de Juan Miembro,  pasando por el “potaje a la Montesquieu” del otro novedosísimo en aquel Madrid neoclásico, el Ferruggia. 

Pardo Bazán dejó saberes en esos dos libros, el conocimiento que no tiene la gran mayoría de nuestros, estrellados o no, cocineros y cocineras. Una de las sólidas bases para hacer desde Galicia -que no se hace, y lo he repetido desde hace cuatro décadas- una cocina culta, creativa pero identitaria. 

Pardo Bazán nos enseñó a quienes la leímos a tiempo y con mucha dedicación gastronómica por delante, una de las claves para entender y enfocar la culinaria, adelantando cuando alumbraban los 1900, el principio de universalidad desde la particularidad: la mayoría de los platos extranjeros pueden hacerse a nuestro modo. 

O sea, identitarios. ¿Servirá el año de miseñora Doña Emilia para menos autocomplacencias de cursillista en nuestros restaurantes, e iniciar formalmente de una vez la busca y materialización de frutos futuristas bien enraizados? Ya lo iremos viendo, prometo.

Guillermos Campos Piñón_  Revista HGg&T 228